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¿Por qué fracasan las campañas de lectura?

¿Se acuerdan de esta fallida campaña del Gobierno del año 2009?
¿Se acuerdan de esta fallida campaña del Gobierno del año 2009, en Chile?

Las campañas mediáticas de lectura parece que hacen mucho, pero en realidad lo que tienen es mucha resonancia (al utilizar la radio y la televisión), y muy pocos efectos prácticos si consideramos la enorme cantidad de recursos económicos que destinan y que, generalmente, derrochan.
Los círculos de lectura, en cambio, parece que hacen poco, pero hacen mucho (y son más efectivos para formar lectores), si tomamos en cuenta que sólo necesitan de la pasión por la lectura y de la voluntad para compartir la feliz experiencia de leer.

Las campañas mediáticas de lectura son como las llamadas a misa. Los círculos de lectura, en cambio, son como las ondas concéntricas en un lago: van ampliándose hasta mover y conmover todo a su alrededor: el centro y las orillas, el medio y las periferias.
Un lector (como unidad) siempre parecerá insignificante, pero un lector entusiasta (uno solo de ellos) tiene el poder de engendrar más lectores, algo que las campañas y los programas de saliva (de discursos, de labia, de rollo) no consiguen jamás.
Las campañas mediáticas de lectura parten de un error fundamental: suponer que quienes escuchan los spots por la radio y quienes escuchan y ven los spots por la televisión, apagarán de inmediato sus aparatos y se pondrán a leer un libro. Nadie hace tal cosa.
Para quienes no tienen la costumbre de leer libros y están viendo la tele o escuchando la radio, el mensaje que envía el spot les entra por una oreja y les sale por la otra. Y los que sí leen libros, y están viendo la tele o escuchando la radio en ese preciso momento en que aparece el spot, no apagan el televisor ni desconectan el radio.
¿Por qué? Porque lo que quieren, en ese momento, es ver televisión o escuchar radio y no leer libros,  sea porque ya los leyeron o porque los leerán después —cuando se les antoje—, sin que les importe en absoluto que la tele y la radio les recuerden —a través de un spot generalmente hipócrita—que “leer es divertido”. Las campañas mediáticas de lectura fundan su razón de ser en la falsa convicción de que los mensajes, repetidos una y otra vez (la hipertrofia por acumulación insistente) sensibilizan a la gente y modifican sus hábitos.
Sin embargo, está probado que un mensaje repetido miles de veces (la reiteración como estrategia) lo que ocasiona es lo contrario de lo que se propone. Produce hartazgo o indiferencia. Los spots de los partidos políticos en tiempos de elecciones constituyen la mejor prueba de esto. Los ciudadanos acaban irritados de tanta demagogia reiterativa, e indignados por tanto recursos dilapidado, literalmente echado a la basura (en medio de tantas carencias y necesidades insatisfechas de una sociedad empobrecida).

Otro ejemplo es que los spots contra la corrupción no han logrado reducirla ni mucho ni poco. Y, en cuanto a los spots de la Cámara de Diputados, el Senado y la Suprema Corte de Justicia, otra vez es dinero tirado a la basura [el autor hace alusión a la realidad de su país, México]. La mayoría de la población continúa con una opinión adversa sobre estas instituciones a las que conoce muy bien por sus actos, aunque quieran adecentarse con mensajes edificantes y demagógicos.

Los clubes o círculos de lectura
Los clubes o círculos de lectura han funcionado desde siempre y se mantienen en plena era de redes sociales

Hacen falta empresarios creadores de empresarios”, abogaba Gabriel Zaid, en 1995, en su libro homónimo. En el caso de la lectura no necesitamos más burocracias ni más spots ni más campañas masivas. Lo que hacen falta son lectores que contagien lectores: pequeñas comunidades, círculos de lectura, cofradías de lectores, personas afines que compartan y propaguen su felicidad, y fomenten en la práctica el placer de leer.
Las campañas mediáticas de lectura y las burocracias encargadas de los programas del fomento y la promoción del libro fundan su razón de ser en las estadísticas. Sus mediciones se plantean como metas, y las metas están sustentadas en recursos económicos que deben justificarse según su “impacto social”. Es por ello que se refieren no únicamente ya al número de beneficiarios (directos e indirectos), sino también (¡qué osadía!), al ¡número de lectores conseguidos! y a los ¡millones de horas de lectura acumuladas!

¡Qué gran desconocimiento del placer de la lectura! A fin de cuentas, todo se reduce a la estadística engañosa por delante, bajo el precepto tecnocrático-economicista de que “todo se puede medir y que lo que no se puede medir no existe”. Desde que llegó la tecnocracia al poder, ésta sostiene que incluso la felicidad puede medirse: el grado de bienestar y el nivel de conformidad se confunden con la felicidad, del mismo modo que el sistema educativo confunde escolarización y diplomas con educación y con saber.
Las campañas mediáticas de lectura y las burocracias tienen la peregrina certeza de que los lectores se fabrican, y que una fábrica de lectores (en serie) depende sobre todo de un combustible: el choro. Las campañas mediáticas de lectura confunden absolutamente las cosas. No es la cantidad de libros lo que hace a los lectores, sino los libros que se leen y la forma de asimilarlos y comprenderlos para integrarlos a la existencia cotidiana. Leer libros a destajo, y a la velocidad del rayo, no garantiza a nadie la felicidad lectora.

Imagen que acompaña la campaña de librería Gandhi
Imagen que acompaña la campaña de librería Gandhi

Las burocracias culturales están obsesionadas por las cifras, por los estándares, por los indicadores y los censos. Podemos entender por qué. Están convencidas que el dinero invertido debe producir algo contable. (Lo que no puede medirse, no existe.) Con esta lógica, si las becas producen artistas y escritores (que pueden contarse según las becas otorgadas) y las funciones artísticas y las actividades culturales producen “públicos” (es decir, concurrentes a esas funciones y actividades), los programas de lectura tienen que producir “lectores” (es decir, número de lectores) y horas de lectura (¡millones de horas de lectura!). Las becas también producen libros escritos y publicados, aunque los becarios (si realmente son escritores) de todos modos iban a producir los libros que las burocracias enlistan y cuentan, lo mismo si son excelentes, buenos, malos, mediocres o pésimos (ya que extraordinarios casi nunca son). Pero la inversión cultural en lectura no produce lectores en número, sino que sensibiliza y ayuda a que esos lectores surjan más fácilmente sin que puedan contarse con exactitud y, a veces, ni siquiera estimarse con aproximación.

¿Alguien sabe cómo se gradúa un lector? ¿Se ha graduado porque ya leyó el Quijote? ¿Se ha graduado porque leyó más de 25 libros en un año? ¿Y qué con los que leyeron no el Quijote sino Harry Potter? ¿Y qué con los que leyeron sólo cinco o seis libros? ¿Y qué pasa con los que apenas leyeron uno o dos (entre los cuales no estaba el Quijote), pero que, para ellos, resultaron inolvidables?

Sí, son preguntas con ganas de molestar. Y como tales las formulo, porque quien se moleste con ellas, no ha entendido, sin duda, de qué va la lectura. ¿Números? Hablemos de números. ¿Estadísticas? Hablemos de estadísticas. ¿Lectura? Hablemos de lectura. Si un profesor consigue que el 10% de sus alumnos (cuatro o cinco de ellos) se vuelvan lectores autónomos, habrá hecho mucho más que el profesor que encarga resúmenes de lectura a todo el grupo tan sólo por cubrir el programa y para quitarse de problemas. Cuatro o cinco alumnos lectores se convierten en agentes contagiosos de su pasión, que llevan lo mismo a su casa que al círculo de amigos. La lectura funciona con pequeñas células que transmiten su pasión y van haciendo ondas concéntricas en el lago de su entorno. Esto es lo que no han entendido ni las burocracias ni las campañas mediáticas de lectura.

El placer de leer no se puede medir, señala el autor
El placer de leer no se puede medir, señala el autor

El placer de leer no puede ser controlado, ni mandado, ni racionado. Medir la lectura es como querer medir el amor. (¿Cómo se mide el amor? ¿Por celos? ¿Por orgasmos?) La lectura no se mide por la cantidad de libros. Pero, por lo demás, ¿quién diablos necesita medir la lectura? No, por cierto, los lectores que, cuando lo son, son desmedidos. La medición de la lectura es asunto de las burocracias: para justificar el “gasto” cultural y los altos salarios de los altos funcionarios que, según esto, tienen derecho a esos altos salarios porque producen altos beneficios contables. Qué fácilmente quieren tomarnos el pelo.
Escribir es muy fácil, dijo alguna vez Augusto Monterroso: «lo único que se necesita es lápiz y papel«. Leer es todavía más fácil: lo único que se necesita es leer. (¿Cómo se aprende a nadar? Nadando.) Lo endemoniadamente difícil no es escribir, sino escribir bien. Lo endemoniadamente difícil no es leer, sino leer bien. Lo indudable es que ni escribir ni leer son prácticas complicadas cuando se está alfabetizado. Los que complican estas prácticas son las escuelas y las burocracias. Vigotsky comprobó que todos los niños saben contar historias y desean contar la suya. Lo malo es que la escuela les frustra su deseo: para un niño, no hay nada peor, decía Vigotsky, que un cuaderno lleno de taches rojos sobre su historia, es decir sobre su vida. (…)Todos tendríamos que saber que, en realidad, fuera de lo utilitario, no hay ninguna razón para leer que nuestras propias razones. Y cada quien tiene razones distintas. Kafka tenía la suya cuando dijo: “Un libro ha de ser un hacha para romper el mar helado dentro de nosotros”.Es sin duda una buena razón que, en la escuela o en la casa, casi nunca nos dan para leer. A causa de que las burocracias no saben esto último, es que fracasan los programas y las campañas de lectura, que persiguen únicamente estadísticas.

Y en este fracaso han conseguido todo lo contrario de lo que presuntamente se proponían. Existe hoy una enorme cantidad de personas vacunadas para siempre contra la lectura. ¡Les hicieron sufrir el placer! O le vendieron el mal cuento de que los lectores se miden por la cantidad de libros y de horas que han leído. ¡Vaya cuento! ¡Vaya desilusión!

 


Artículo publicado originalmente por el poeta y ensayista Juan Domingo Argüelles en el suplemento mexicano  Campus Milemio

 

 

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Cine

Adaptaciones Curiosas y Cultura Pop

Como ya hemos mencionado antes, una adaptación siempre es controversial y siempre se presta para la discusión entre aquellos que quedaron conformes con ésta y aquellos que siguen pensando en la versión narrativa. Sin embargo,  hay ocasiones en las que la discusión no existe porque se trata de una adaptación no explícita de una obra literaria, o en palabras más simples: una película inspirada en un texto.

elreyleon_1El primer caso que me gustaría exponer es el del Rey León (1994), porque claro, cuando salió casi todo el mundo que la vio quedó muy conmovido pero no recuerdo haber escuchado discusiones acerca de la fidelidad que tenía con su principal fuente inspiración: Hamlet, de Shakespeare. ¿No me creen? Revisemos la historia brevemente: Un rey es asesinado por su hermano sediento de poder para así tomarse el trono, mientras que el príncipe heredero se ve envuelto en un intento de retomar el reino y además recibe en el camino una visita del fantasma de su padre. Por razones obvias, la versión felina de la obra de Shakespeare omite situaciones como la locura de Ofelia/Nala y la eventual muerte de todos los personajes principales al final de la trama.

El segundo y último caso que me gustaría presentar (también dirigido a los niños y jóvenes de los 90s) es el de Clueless (traducida como Fuera de Onda, 1995), todo un clásico de la comedia adolescente. Muchos recordamos las aventuras e inseguridades de una chica de clase alta muy superficial que vive en Beverly Hills y que lentamente se va enamorando de su hermanastro a medida que vemos cómo va ganando madurez. Ahora cambiemos Beverly Hills por Inglaterra durante el Periodo de Regencia y tenemos en vez de Clueless a Emma (1815), la cuarta novela de Jane Austen. Por supuesto, nuevamente hay algunas libertades a favor de la liviandad juvenil que la película de 1995 quiere mostrar, y por lo mismo la diferencia de edad entre los personajes de Alicia Silverstone y Paul Rudd no va más allá de los 5 años, mientras que en la novela el personaje de George Knightley es 16 años mayor que Emma Woodhouse.

Estos son sólo dos casos de una situación que es muy recurrente en el cine, por ahí T.S. Eliot nos decía en su ensayo “Tradition and the Individual Talent” (La tradición y el talentpo individual) que no había nada nuevo que escribir porque ya estaba todo escrito y que la labor de un artista –su talento –no estaba en inventar historias nuevas sino que en catalizar la tradición anterior y transformarla en algo nuevo. Quizás es una referencia un poco académica, anticuada y radical para lo que hemos estado discutiendo, pero no podemos negar que tiene algo (o mucho) de cierto, y que cuando buenos guionistas le dan un aire fresco a los clásicos los resultados pueden sorprendernos gratamente.

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Placeres y Lectura

¡Cantinero, sirvame otro libro!

Así luce la entrada principal del BookBar
Así luce la entrada principal del BookBar

En el 4280 de Tennyson Street, en Denver, Colorado (EEUU) hay un BookBar que ha sabido armar un entretenido concepto de bar  y librería. Algo común, dirán algunos. Algo que ya hemos comentado anteriormente, dirán otros. Puede que huela a fórmula repetida, pero de todas formas no deja de ser interesante  que podamos conjugar las catas con la literatura. El sueño de muchos, incluido el mío.

Precisamente, en otros restaurants y pubs que usan el concepto de biblioteca o de libros para atraer comensales, éstos son parte del ornamento y se usan en la decoración. En cambio, en este BookBar –que fue inaugurado hace pocos  meses- hay textos a la venta de literatura y otros temas para los lectores-sibaritas. Además, hay muchos otros aspectos que denotan que su dueña -Nicole Sullivan- ha llevado mucho más lejos el uso de los libros, como podrán leer  más adelante. El lugar está diseñado para que las necesidades se conjuguen en forma armónica y se nota preocupación considerar aspectos locales, ya que los chefs han diseñado sus menús considerando ingredientes  y proveedores del sector. Nicole Sullivan pensó este espacio para quienes aman la lectura y para ello creó un ambiente donde pudiesen sentirse como si estuviesen en su casa, y donde pudiesen encontrarse con otros lectores como ellos.
El salón de lectura, cómodo, espacioso e iluminado
El salón de lectura, cómodo, espacioso e iluminado

Un aspecto importante ha sido la decoración. El techo es de madera,  las estanterías son de madera oscura, el piso también es de madera en tonos cálidos. A lo largo del bar hay un lounge, con una suerte de puerta-acordeón que permite el acceso a un sector al aire libre. Hay muchas mesas, y por supuesto estanterías abiertas para quienes quieren buscar algo de lectura mientras esperan a un amigo o simplemente mientras pasan un momento agradable.

 

Al centro del espacio hay una gran mesa de madera hecha  en base a libros. Éstos, haciendo las veces de un puzzle, conforman el mesón de atención y caja registradora. Completamente ad-hoc.  «Ví una foto en parecida en internet,  y cuando quise abrir el BookBar me dieron ganas de replicarla» comenta Sullivan. «Se lo mostré a algunas personas quienes no quisieron ser parte de mi idea.  Pero los vecinos del sector fueron los que me apoyaron en esta tarea«, recuerda airosa.

Original menú, ¿no?
Original menú, ¿no?Original, ¿no?

La selección de la comida está centrada en entremés, comidas livianas, pastas, postres -entre los que destacan chocolates de diversos tipos-. El menú es, obviamente, un libro (con dedicatoria, tabla de contenidos, prólogo y todo aquello que distingue a un ejemplar de buena factura). Lo más importante es la lista de vinos, la cual considera doce opciones entre blancos, rojos y rosés.

El emprendimiento de una lectora

El nuevo BookBar presenta, mensualmente, ciclos de lectura  con una selección de vinos escogidos por un sommelier local. No es una mala idea mezclar dos placeres, ¿no?. No existe evidencia científica que pruebe que el vino puede mejorar la capacidad para verbalizar nuestras ideas, sin embargo creo que estos ciclos deben convocar a Baco y a las musas, sin lugar a dudas.

Nicole Sullivan, en su BookBar
Nicole Sullivan, en su BookBar

 

«No se necesita comprar un libro», explica Sullivan, y luego añade: «Los lectores son bienvenidos por el solo hecho de serlo. También si quieren traer su propia novela, y avanzar en su lectura mientras beben una copa de buen vino para acompañar el momento.» Eso nos deja claro que esta emprendedora quiere que su BookBar sea un lugar de encuentro para la comunidad local, y es por eso que se ha esforzado tanto en hacer del lugar un espacio agradable y cálido. En la época de la lectura digital, deberían existir más bares, cafés y  restaurants de estas características para compartir la lectura y hacer de esta actividad una experiencia que va más allá del agasajo individual.

“Como librera, tenemos que cambiar completamente nuestras tácticas,  y no tratar de recrear algo y hacerlo más conveniente a nuestra conveniencia», explica Sullivan, poniéndose esta vez en el lugar de la librera especialista en vez de la anfitriona del restaurant. «Nosotros ofrecemos una experiencia, porque es precisamente lo que los sitios para descarga de libros digitales, las bibliotecas y las tiendas tradicionales  no pueden hacer». Un ejemplo de eso es el hecho que el BookBar ofrece un servicio de intercambio gratuito, a través del servicio de  Little Free Library. Y el servicio no queda allí, ya que periódicamente se ofrece un servicio de newsletter con novedades y comentarios a los interesados del BookBar.

Vista parcial de la barra y de las estanterías
Vista parcial de la barra y de las estanterías

La realidad económica actual de Estados Unidos es tal, que la venta de una copa de vino deja más ganancias que la venta de un libro pocket (edición sencilla y de bajo precio). Los clientes del BookBar pueden traer sus e-readers y conectarse con sus USB gracias a la disponibilidad de los muchos enchufes y puestos a lo largo y ancho del lugar. Y luego de asegurarse de tener suficiente batería, pueden acomodarse con un  cheeky Austrian grüner (vino liviano) , acompañados, quizás, de una pequeña delicia de chocolate.

Pero así como Nicole Sullivan, dueña del local, está preocupada por estas actividades, también sabe de momentos de relajo y descanso, con un libro y una copa de buen vino.  “Siempre he sido fan del escritor John Steinbeck» comenta Nicole, esta vez bajo el rol de una lectora más.  «Uvas de la ira» es mi libro favorito, y es una lectura realmente deprimente, pero por alguna razón me encante leer libros tristes. Uno lee libros de ese tipo y dice «Gracias a Dios que no me tocó vivir durante la época de la Gran Depresión«. «Por otro lado –añade– si tienes un mal día o andas algo deprimido, llegas a casa y retomas tu lectura y te das cuenta que en realidad tu día ha sido muy bueno comparado con el de los protagonistas del libro.  ¿Y para hacer un calce perfecto? nada mejor que una copa de algo austero: un cabernet sauvignon.» Tal parece que a Nicole Sullivan el vino y la lectura han sido una mezcla que no sólo hace coincidir en términos generales, también considera el tipo de libro y el estado anímico que le genera para seleccionar el tipo de vino que le acompañará mientras lee. Tiene sentido, ya que si la comida nos provoca un estado anímico y un placer general, y sus sabores se conjugan con la selección de un vino ad-hoc, ¿porqué no ha de pasar lo mismo con la lectura?

A quienes se interesen en tener más detalles, o contactarse directamente con su dueña, les recomiendo visitar su página en  Facebook  para que vean más fotos de la construcción del bookbar, y también del desarrollo de algunas actividades.

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