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¿Bibliofilia? ¿Bibliomanía?

La Bibliofilia es el amor por los libros; y el bibliófilo es el amante o aficionado a las ediciones de ciertos títulos, a los empastes especiales, al aroma de las páginas, y en general a todo lo que se relacione con mantener una nutrida colección de libros. La bibliofilia, como concepto, surge durante el Renacimiento, época en que los humanistas, reyes, príncipes y grandes señores se dedicaron  a recorrer países de Europa en busca de manuscritos, cartas, autógrafos, incunables, y otros tipos de libros sofisticados. El bibliófilo ama la lectura, así como el admirar y coleccionar libros, por lo que arma una gran y especializada colección. Sabe, además, distinguirlas e identificarlas ya sea por la pureza de su texto, su tipografía, ilustración, la calidad del papel y la encuadernación. Los bibliófilos no necesariamente ansían adueñarse del libro que desean: como alternativa tienen el admirarlos en antiguas bibliotecas. Sin embargo el bibliófilo es frecuentemente un ávido coleccionista, algunas veces buscando erudición  sobre la colección, y otras poniendo la forma por sobre el contenido con un énfasis en libros caros, antiguos,  raros, primeras ediciones, libros con encuadernación inusual, copias autografíadas, etc. Los bibliófilos están organizados: se agrupan sociedades como la prestigiosa «Association Internationale de Bibliophilie» en la que anualmente se reúnen investigadores y  acaudalados coleccionistas. En Chile existe desde 1954  la Sociedad de Bibliófilos Chilenos.

 

Biblioteca de Pablo Neruda en "La Chascona"
Vista parcial de la Biblioteca de Pablo Neruda en «La Chascona»

Algunos bibliófilos han tenido un papel relevante para el desarrollo académico y cultural de sus países, como por ejemplo Pablo NerudaAndrés Bello – a quien se le dedicó el Archivo Central Andrés Bello–  el ex Presidente de Chile Arturo Alessandri Palma –quien incluso ejerció como bibliotecario entre los años 1890 y 1893 llegando a ser  el segundo director de la Biblioteca del Congreso Nacional   y por supuesto José Torobio Medina, célebre bibliófilo, quien tiene a su haber la sala Medina en la Biblioteca Nacional. Cuentan las malas lenguas -en categoría de anécdota, pues no hay referencia al respecto- que el  amor del señor Medina por los libros y manuscritos era tal, que algunas veces los «pedía prestados» en las Bibliotecas, valiéndose de sus ropas para ocultar los textos. Un caso extranjero y poco conocido de bibliofilia es el de  Marilyn Monroe, quien llegó a tener una biblioteca con más de 400 títulos. Sin embargo, en mi vida como bibliotecóloga, hasta ahora el único bibliófilo de pura cepa que  he conocido es el señor  Julio Ortúzar, ex Rector y fundador de la Universidad del Pacífico,  quien tiene más de 3.800 títulos en una biblioteca especialmente acondicionada. A tanto llega su amor por la lectura, que a los  12 años decidió  pedir permiso al obispo  para leer a Voltaire porque estaba entre los libros prohibidos por la iglesia.

Portada del texto
Portada del texto

Actualmente el coleccionismo de libros antiguos es un instrumento que ocupa el tercer puesto en la cifra de negocio de las grandes casas de subastas internacionales, tras la pintura y la escultura. Tanto así, que Christies ha subastado primeras ediciones por hasta USD 8 millones siendo el caso de «Las aves de América», adquirido por un  coleccionista norteamericano. He escuchado a algunas personas señalar que compran una determinada edición sólo por la belleza de las ilustraciones o la delicadeza del empaste, sin que piensen remotamente en leerlo. En esos trances leer es harina de otro costal, sin embargo estimo que la mayoría de los bibliófilos leen el material en el que invierten.

Respecto a publicaciones que traten el tema en español, sólo encontré el «Manual del Bibliófilo Hispanoamericano», publicado originalmente en 1930. Contiene cientos de facsímiles de portadas y primeras páginas de libros antiguos. Conserva cubiertas originales. Es un interesante  trabajo de recopilación, con infinidad de  bibliografía de  libros hispanoamericanos incunables.

Ahora bien, para conocer el otro caso, y retomar la línea del título de este artículo, puedo contarles que la Bibliomanía es la manía por acumular libros. Esto puede asociarse  con una enfermedad,  pues el fin de acumulación pasa por lo cuantitativo, más que por el contenido o la calidad de la lectura. El Bibliomaníaco tiene el perfil de los acaparadores compulsivos, quienes poseen un número siempre creciente de libros (u objetos) que no necesariamente usan o leen, aunque también se les relaciona con un desorden obsesivo-compulsivo (TOC). Para el bibliomaníaco el criterio de selección  no es la belleza, calidad o exclusividad de la edición, sino que la acumulación.  Gracias a ello logra aplacar su afán, hasta que nuevamente vuelven sus ganas de  conseguir más libros.

Bolsos, tazones, poleras y otros objetos como éstos se asocian al libro
Bolsos, tazones, poleras y otros objetos como éstos hacen las delicias de los «Book Lovers»

Sin embargo, independiente de las descripciones y conceptos, hay un elemento en común: el amor por los libros como un objeto que va más allá del acto de leer. En mi búsqueda de información respecto al tema encontré un término anglosajón que  me interesó bastante:  los «Book Lovers»,  personas a quienes les gusta leer y que además se rodean de un sinfín de objetos relacionados con el ejercicio de la lectura. Pueden ser marcapáginas (destaco la colección de la bibliotecaria Chilena Olga Sotomayor), pins, libretas, collares, aros, tazones, poleras, e incluso muebles como sillones y lámparas hechas a partir de libros. A tanto llega esta afición, que he encontrado buenas sugerencias de regalos para los «Book Lovers» e internet. Personalmente me considero una buena lectora con muchas características de  Book Lover.

Amantes de los libros y de la lectura hay por todos los rincones del mundo, y si este amor se relaciona con los objetos y el diseño eso es sólo una prueba más de lo significativo que puede llegar a ser el libro, y las implicancias que ha llegado a tener en la sociedad.

 

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Bibliofilia: el vicio de leer

¿Es usted de esos que cuando pasa por el escaparate de una librería comienza a salivar cual perro de Paulov ante el tañir de una campana? ¿Las estanterías de su casa se arquean peligrosamente por el peso de los libros colocados a doble fondo? Cuando viaja, aunque sea por un solo día, ¿mete en la maleta no menos de tres novelas? Y si le regalan un libro, ¿lo abre cuidadoso, lo huele y recorre con sus dedos el papel de modo casi pecaminoso? Le daremos un diagnóstico claro: es usted un bibliómano. Pero no se avergüence, hay otros que han sufrido y sufren esta dolencia al igual que usted y, aunque difícilmente se cura, no es grave salvo casos excepcionales como el del compositor Charles-Valentin Alkan que falleció en marzo de 1888 aplastado por su biblioteca.

Jacques Bonnet en Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama) nos cuenta esta anécdota y otras muchas con el trasfondo de la pasión por los libros. En este brillante y entretenido ensayo, nos lleva a través de anaqueles rebosantes, de colecciones privadas de más de 10.000 ejemplares, de obras que acaban ocupando cocinas, dormitorios y baños, del vicio de atesorar libros y de leerlos. Porque, a juicio del autor, existen dos tipos de bibliómanos: los coleccionistas (ya sean especialistas o amontonadores) y los lectores empedernidos. A los primeros les mueve la pasión por adquirir una obra y sumarla a su colección como un trofeo más, aunque no quiere decir que no lean: por supuesto que lo hacen, pero no es su objetivo primordial. A los segundos que, en consecuencia, acaban también acumulando innumerables volúmenes, les mueve el afán de devorar palabras y la curiosidad. Pero, como en todas las clasificaciones, siempre hay excepciones. Ese sería el caso de Umberto Eco tal como se trasluce en la larga entrevista compartida con Jean-Claude Carrièrre en Nadie acabará con los libros (Lumen) que conduce el periodista Jean-Phillippe de Tonnac. El autor de El nombre de la Rosa (con libros, cómo no, en el eje de la trama) reconoce que su biblioteca, repartida en varias casas, tiene 50.000 libros además de unos 1.200 libros raros, es decir, incunables –editados desde la aparición de la imprenta, 1453, hasta el año 1500 inclusive- o ediciones antiguas que ha ido comprando a lo largo de los años y que tienen un valor incalculable. Aunque tiempo atrás se deshizo de parte de su biblioteca, la colección que Carrièrre ha ido alimentando durante sus años de guionista con Buñuel o adaptando textos como Cyrano de Bergerac o La insoportable levedad del ser, cuenta con unos 40.000 títulos, de los cuales unos 2.000 son obras antiguas. En esta amena y extensa charla, plagada de curiosidades de otros bibliomaníacos como ellos, debaten acerca del libro como objeto de culto, del deseo, de la censura, como objeto de diseño perfecto e inmejorable que puede evolucionar con el tiempo, tomar nuevas formas y componentes pero que nunca perderá su esencia, algo que lleva siglos demostrando. Ambos revelan su devoción bibliográfica y los orígenes de ella, su emoción ante la adquisición del ejemplar deseado, los miedos ante un robo o un incendio que esquilme sus bibliotecas.

También bibliómano se confiesa Jesús Marchamalo en Tocar los libros (Fórcola) un librito con prólogo de Luis Mateo Díez en el que, con el humor que caracteriza al autor, se habla de cómo las bibliotecas particulares retratan perfectamente a sus dueños, sus debilidades, sus amores y sus manías. Marchamalo se desnuda mostrando la suya (su biblioteca) y la de otros como Lampedusa, Galdós, Unamuno, Azorín, Luis Landero, George Perec, Susan Sontag, Patrick Suskind o Cortázar. Y es que tal como dice Marchamalo: “hay libros indispensables que nos obligan a poseerlos, a conservarlos para hojearlos de vez en cuando, tocarlos, apretarlos bajo el brazo. Libros de los que es imposible desprenderse porque contienen fragmentos del mapa del tesoro”. En definitiva, tres deliciosos acercamientos al mundo bibliográfico, a una pasión muchas veces irrefrenable e incontenible cuyo punto de ignición está en 451 grados Fahrenheit y que se apaga sólo tomando en las manos un libro y sumergiéndonos en el universo que nos presenta.

Fuente: Notodo.com. 17/07/2010