Mabel de Condemarín, que algo sabe de la enseñanza y didáctica, se refiera a la lectura recreativa en su libro La lectura: teoría, evaluación y desarrollo «como una lectura voluntaria o independiente, en la cual los materiales escogidos por el lector son leídos durante una cantidad de tiempo igualmente voluntaria y a un ritmo personal”. No deja de llamar la atención que la idea de lectura independiente es equivalente a recreativa. Relación que la escuela y sus prácticas se encarga de disociar por completo.
Independiente se entiende en nuestro contexto escolar más bien como el niño que lee las lecturas complementarias del ramo de Lenguaje y Comunicación sin que lo obliguen o lo amenacen con las penas del infierno. El lector independiente es aquel niño al que no hay que dividirle la lectura de la novela en diez o quince páginas por día, sino que se sienta solito, sin que lo manden; y si se saca un azul, mejor, con eso, tarea cumplida. En la educación formal del colegio es suficiente con la lista de libros y sus respectivas evaluaciones; los planes lectores están orientados a desarrollar estrategias de comprensión, los niños leen para contestar preguntas de alternativas que responden a las distintas taxonomías y que les brindarán el anhelado semáforo en verde del SIMCE, entre otras mediciones.
En la escuela se trabaja durante todos los años y de muchísimas maneras hasta el hartazgo la comprensión de lectura, sin embargo, lo más importante no es intencionado: el estímulo lector. Si conversáramos con algunos de nuestros estudiantes y le planteáramos que la lectura puede ser recreativa pensaría que nos estamos haciendo los graciositos con un pésimo chiste. Y en este contexto, a los que nos interesa volver al mundo entero buenos lectores más que maestros o mediadores de la lectura parecemos personajes de otra dimensión arengando en jerigonza. Sin duda algo estamos haciendo muy mal. Por enumerar solo algunas de las prácticas nocivas que tenemos que evitar diré que la biblioteca no debe, por ningún motivo, ser el lugar de castigo o que recibe a los atrasados de un colegio; que los “clásicos” no deben ser leídos obligatoriamente sólo por ser “clásicos”; que no es motivador escuchar un cuento interrumpido por todas las aclaraciones del docente; tampoco hacer esa ridícula lectura compartida en que cada niño lee un párrafo del texto con el fin de hacerla “dinámica”.
Recuerdo y veo constantemente tantas aberraciones con la lectura que me admiran aquellos que a pesar de la escuela desean seguir leyendo. Los docentes y los padres deben resignificar la palabra recreativo y su relación con la lectura. Efectivamente debemos educar en torno al placer lector, sólo así se ganan lectores independientes, es decir, que leen porque quieren saber, porque les entretiene, porque les permite pensar, porque encuentran en ese espacio tan íntimo sus propias preguntas y respuestas. En este sentido, los padres y maestros deben propiciar buenas y variadas lecturas. Si logramos volver a nuestros estudiantes lectores independientes, ellos aumentarán su capacidad lectora y continuarán por sí solos el periplo literario iniciado en el aula. Por otra parte, no existe una única lectura recreativa, otro de los tantos sobrentendidos, un libro de filosofía puede ser tan recreativo para algunos como una novela rosa para otros, aunque con profundidades distintas, claro. Por lo demás, ese lector de novela rosa puede por sus debilidades existenciales y literarias interesarse en leer poemas de amor, y posteriormente consultar algún texto de lectura crítica que piense el amor y así terminar leyendo teología para volver a leer aquella novela rosa que registró de su propiedad con todas las letras de su nombre y que siempre estuvo cerca, como un buen amigo.
Hay tantas posibilidades, tantas rutas y extravíos como títulos hay en una biblioteca. No podemos perder de vista, tampoco, que tenemos en el aula niños con inquietudes e intereses distintos que debiésemos conocer. Un verdadero plan lector debe partir indagando acerca de las preferencias de los estudiantes y brindar una variedad de textos literarios y no literarios que los niños puedan comprender y a la vez sentirse desafiados. Lo peor que podemos hacer es subestimarlos y pensar que la solución es darles sólo lectura de masas o los que están de moda, porque a no todos les gusta la magia o estos vampiros 2.0 que se encuentran en cuanta cuneta literaria hay en Santiago. Qué lindo sería que los niños participaran de la adquisición del material de lectura del colegio, por ejemplo. Probablemente los títulos serían muy variados. También es posible que la visita a la biblioteca fuera más asidua y sus préstamos con sentido.
Que provechoso sería una biblioteca en la que los padres, profesores y personal del colegio sugirieran, prestaran y solicitaran libros, es decir, una comunidad educativa que compartiera sus lecturas, también la creación de pequeños clubes de lectores a partir de sus coincidencias, salas que contaran con una pequeña estantería con los libros de los niños del curso, que se le otorgara más tiempo del día a leer en vez de hacer tareas tediosas y rutinarias, me imagino profesores comentando lo que están leyendo con otros y con sus alumnos y que el intercambio fuera horizontal. Mi experiencia me dice que el gusto por la lectura en los niños y adolescentes es adquirido, sobre todas las cosas gracias a la transmisión positiva de la lectura y los libros de parte de esos adultos significativos. Para los niños pequeños, por ejemplo, la lectura de cuentos es una instancia muy grata de compartir y aprender junto a sus padres, y cuando sus profesores realizan lo mismo en voz alta, en un espacio acogedor, dispuesto a oír y a disfrutar, el niño recrea nuevamente los momentos cálidos y placenteros que vivió con sus padres. ¿Pueden dimensionar lo que eso significa en el contexto sala de clases? Sin embargo, algunos docentes arruinan este momento grandioso con sus evaluaciones y actividades después de la lectura, que en muchos casos duplica el tiempo que se invirtió en la misma. Mi experiencia me dice que hay que leerles constantemente a los niños, sin que exista siempre la necesidad de aplicar un instrumento de control: leer simplemente porque lo pasamos bien haciéndolo, porque queremos contarle a otro algo que sólo yo sé y que deseo compartir o porque después de la lectura se armará un diálogo exquisito y democrático. Sólo por eso, ni más ni menos.
Para terminar, les cuento que hace unas semanas estaba leyendo un cuento de Pepe Pelayo llamado Caperucítala, mis estudiantes estaban rindiendo una prueba, por lo tanto, la sala estaba en absoluto silencio. Yo fascinada con la lectura no podía contener mis risotadas con las ocurrencias de este autor. Al terminar la prueba muchos de los niños me pidieron prestado el cuento y como sólo tenía una copia quedé de leérselos otro día. No hay día en que no me cobren la promesa que les hice. Qué sencillo resultó entusiasmarlos, sólo bastó un pequeño cuento y alguien detrás de él inmerso en una lectura placentera.
Nota del editor: el Programa Lee Chile Lee seleccionó una serie de cuentos para promover la lectura en familia. Dentro de esa selección «Caperucítala» desde este enlace es un cuento destacado, por lo que le recomendamos descargarlo para disfrutarlo con sus hijos, alumnos, amigos, etc.