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¿Ratón de Librería?

Este artículo fue publicado originalmente en revista Caras
Este artículo fue publicado originalmente en revista Caras

Una librería no es sólo un lugar donde se venden libros. Hace rato que no. Debe ser, también, un espacio aparte, Un mundo nuevo, donde uno se esconde del ruido, del calor de la ciudad, y se sumerge en las fantasías de otros. Para pasarla mejor. ¿Mucho pedir?

Me lanzo a la calle y me siento turista mirando librerías. ¿Cuál será la mejor? ¿La más grande, la más exclusiva, la más taquillera? ¿La que tiene la mejor vitrina, mejor estante o mejor atención? Depende del gusto, por cierto, y yo prefiero ésas que permiten que uno se olvide del trajín exterior. Porque Santiago arde, aturde, sofoca.

Claro que nada de eso se nota en el Drugstore, la manzana con más libros por metro cuadrado de Chile y punto de partida de nuestro recorrido. En el segundo piso de la librería Takk, por ejemplo, encontramos un mundo paralelo, sicodélico, con peluches que resguardan los estantes repletos de títulos para niños, incluyendo a Oliver Jeffers y sus ilustraciones, bellezas como Perdido y encontrado, Cómo atrapar una estrella, El corazón y la botella. Asumamos: no hay que ser niño para leer a Jeffers y perderse en esas historias que tienen tanto de verdad como de melancolía. Aquí hay, además, un estante sólo para novela gráfica y un cómodo sillón para sentarse a hojear sin ser molestado. Abajo, el primer piso ofrece lo tradicional: las novedades literarias del mes y el que promete ser el best seller del verano según el librero: El prisionero del cielo, de Carlos Ruiz Zafón.

Más allá, en la Feria Chilena del Libro, el aire acondicionado está a full. El local fue remodelado hace poco, así que ahora tiene más estantes, menos mesones, y predomina el color negro. Pero el catálogo sigue siendo más o menos el mismo: en vitrina, los títulos que figuran en rankings, algunas novedades como Rumble —la novela de la dibujante de historietas Maitena Burundarena—, y un mesón completo de novela histórica, incluyendo a HHhH, de Laurent Binet, que mezcla hechos verídicos de la Segunda Guerra Mundial con el diario de investigación del autor. Pese a la diversidad, es imposible encontrar, por ejemplo, a Guadalupe Nettel, la prestigiosa autora mexicana (el librero no tiene idea). Ahí está el peor defecto de las cadenas de librerías: el profundo desconocimiento de la escena literaria, nacional y extranjera, por parte de los que atienden. Y Guadalupe Nettel no es una excentricidad, ha aparecido en diarios, revistas, en secciones de cultura. No espere una aventura: las librerías de cadenas no le darán sorpresas.

La librería Que Leo, en Providencia, destaca por el conocimiento y experiencia de quienes atienden. Fácil y certeramente pueden sugerir libros que ellos mismos han leído.
La librería Que Leo, en Providencia, destaca por el conocimiento y experiencia de quienes atienden. De forma muy certera pueden sugerir libros que ellos mismos han leído.

Qué Leo es distinto. En Providencia con Las Urbinas, que tiene la virtud del boliche de barrio: atendida por su propio dueño (o por gente que lo parece), aquí siempre es posible ver a Juan Carlos Fau orientando a ese hijo pródigo en que se ha convertido el cliente de librerías. No hay asco por el best seller, que convive de lo más bien con títulos más escogidos y con la producción de la casa, porque Qué Leo ya es una factoría con marca registrada. Convertidos en editorial —Los libros que leo—, Fau & Cía acaban de publicar Citas de cine, de la periodista Lídice Varas, un registro de frases para el bronce dichas por algún personaje de película. Aquí sí conocen a Guadalupe Nettel, pero no la tienen. “Nada de la mexicana”, dice Fau. Días antes de Navidad allí mismo pregunté por Christopher Hitchens, el ensayista británico. “Se murió, ¿sabías?”, me contestó, divertido y macabro, otro librero, calvo igual que Fau. “Por lo mismo se convirtió en mi regalo navideño ideal”, le insistí. Tenían dos títulos, Amor, pobreza y guerra, un libro de ensayos, y Hitch-22, sus memorias. Yo buscaba Dios no es bueno o Dios no existe, pero ambos estaban agotados. “No te preocupes”, me consoló el calvo, “él siempre llega a la misma conclusión”. Un hombre que sabe porque lee los libros que vende.

En Ulises y Nueva Altamira, buena parte de lo que hay es importado (por eso sus precios). En esta última, la mayoría del catálogo es Anagrama y encuentro, por fin, a Guadalupe Nettel con sus tres libros: El huésped, Pétalos y otras historias incómodas, y su última novela, El cuerpo en que nací. Ni aquí ni en Ulises hay mucho espacio como para que el lector se quede y haga su degustación solitaria, pero quien llega a estas librerías generalmente sabe lo que busca y sabe que lo encontrará.

Abajo, en el subsuelo, la reina sigue siendo Contrapunto, donde abundan los títulos de arte, diseño, publicidad. El lugar es bonito, confortable y tiene buen espacio para la lectura, pero el chileno todavía es tímido, le cuesta sentarse en el sillón a mirar libros sin compromiso de compra como lo hacen en Buenos Aires, donde antes de llevárselos para la casa la gente devora volúmenes completos (incluso algunos beben café, porque allá además del sillón tienen cafetería y pastelillos y tantos años que nos llevan de ventaja). Aquí, escondidos del ruido de la calle como si fuera un búnker con estilo, puede tomar alguno de los libros de Taschen (como 1000 Record Covers) y dar gracias por perder el tiempo.
Mi paseo de turista continúa por el centro de Santiago, donde el circuito de librerías se renovó en 2011. Si uno visita el GAM después de haber conocido el Edificio Diego Portales, es irremediable pensar que el incendio que consumió el lugar fue lo mejor que le pudo haber pasado..

Interior de la Librería LEA+, en el GAM
Interior de la Librería LEA+, en el GAM

El GAM es un privilegio y la librería LEA+, que aloja aquí con un catálogo exclusivamente nacional: es posible encontrar ediciones descontinuadas, últimas copias de libros que nunca más se distribuyeron. Esta librería goza de la buena salud de un lugar nuevo; han tenido la consideración de disponer sillas y mesas para que el lector repose y lea.
Apenas unas cuadras más allá, en el barrio Lastarria, conviven las librerías con las tiendas y los restoranes del nuevo-viejo barrio de moda. Lo nuevo: la librería Ulises abrió una sucursal elegante, con un espejo en el techo que multiplica la sensación de estar rodeado de obras. Bonito lugar que recoge la tendencia de las librerías nuevas, con una gran mesa redonda para que los lectores tomen, revisen, le pierdan el miedo a tocar los libros antes de comprarlos. Me topo con un grupo de extranjeros que hace un city tour por Santiago. Habría que recomendarles Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra, esa novela ochentera que es lo mejor que ha escrito el autor y que permite entender tanto del Chile reciente. Otra buena noticia para el barrio y para Ulises: la atención es buena. Nunca hay que asumirlo como obviedad.

El espacio y la infraestructura juegan un rol importante en la librería Ulises, de barrio Lastarria
El espacio y la infraestructura juegan un rol importante en la librería Ulises, de barrio Lastarria

Casi al frente está Refundar Alejandría, local pequeño donde abundan la filosofía, el ensayo, los libros sobre sexualidad. La remodelaron también el año pasado. Ocuparon bien el espacio y la madera de sus estantes hace de éste un sitio perfecto para bucear entre páginas.

La reina del barrio sigue siendo Metales Pesados, con esa buena costumbre de contar con su dueño allí, leyendo, dispuesto a orientar. Es un lujo especialmente porque trae a Chile títulos de pequeñas editoriales españolas y mexicanas. Ahí está la mano de Sergio Parra, lo que asegura que encontraremos lo que no se pilla en ningún otro lado.
En Merced, en el corazón del barrio, cerca del Teatro La Comedia y de las tiendas de ropa, sobrevive El Cid, con sus libros usados donde con suerte y empeño es posible encontrar joyitas: la primera y única edición de McOndo, de la dupla Fuguet/Gómez, el perfil que le hizo Tito Mundt a Charles de Gaulle y una edición muy antigua de El juguete rabioso, de Roberto Arlt. El mundo se detuvo en estos mesones.
El fin de viaje es otra sucursal de la Feria Chilena del Libro, que hace una gran apuesta al trasladar unas cuadras el local que por años tuvo en Huérfanos. Tiene más estantes y menos mesones, un espacio amplio donde dispusieron mesas y sillas y hasta un sillón para los clientes-lectores. Eso sí, el catálogo es el mismo, con algunos pecados: libros como Alexis. El camino de un crack, entre los más vendidos de no ficción, estaba ubicado en una estantería altísima, imposible de acceder sin escalera. Son detalles como esos los que le restan puntos para obtener el cetro a la mejor librería. ¿Quién se queda con el título? Haga su tour y juzgue.

Artículo publicado originalmente por Marcela Escobar en la Revista Caras 

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Entrevistas

El lugar de las ilustraciones

La curiosidad gana, y dan ganas de mirarlo todo
La curiosidad gana. Es usual ver a los clientes ensimismados en la tienda

Al entrar sorprende todo y dan ganas de empezar a tomar cosas para saber qué son. Puede ser un lápiz, una taza, una libreta o un libro.  Pero todo tiene un dibujo, una ilustración, una gráfica, haciendo de PLOP! Galería una de las iniciativas más originales y entretenidas del circuito cultural de Santiago.

Desde 2010 opera en el barrio Lastarria. Ahí se ha posicionado con un estilo único de tienda, librería y galería de arte con constantes exposiciones, que mezcla libros ilustrados, obras originales de artistas nacionales y extranjeros, además de objetos para regalar o coleccionar que  juegan a la perfección con el diseño y la gráfica.

La idea nació de los diseñadores Adolfo Holloway y Patricia Aguilera y de los periodistas Isabel Molina y Claudio Aguilera, quienes buscaron un lugar que tuviera como eje una galería dedicada exclusivamente a la ilustración y la historieta, donde pudiera darse a conocer el trabajo de distintos realizadores. Un esfuerzo que luego de dos años  ya tiene resultados concretos. Así lo ve Isabel Molina: “Hoy hay una mayor presencia de la ilustración en la prensa, en las bibliotecas, en los colegios y universidades, prácticamente todas las editoriales le están dando espacio en sus catálogos.  Y sentimos que hemos aportado a que así sea” dice.

Hervi (nombre artístico del legendario humorista gráfico Hernan Vidal) fue el protagonista de su primera exposición. Luego vendrían chilenos como Alberto Montt, Isabel HojasFrancisco Javier Olea, Pati Aguilera, Loro Coirón y Marcela Trujillo y también extranjeros como Oliver Jeffers, Satoshi Kitamura, Cristian Turdera, Diego Bianchi y Laura Varsky, entre muchos otros de gran trayectoria.

Pero, ¿qué diferencia una ilustración de un dibujo? La pregunta podría parecer obvia. Para Isabel Molina todo está en la intención de creador. “Una ilustración es una imagen que cuenta una historia por sí misma. Es una narración que tiene la misma importancia que el texto escrito y se enriquecen mutuamente.

La ilustración en la historia

Visitantes en la galería
Interesados en la ilustración y la gráfica visitan la galería

Desde fines de la década del treinta hasta mediados de los setentas en Chile existió una fuerte cultura del libro. Las revistas infantiles, culturales o misceláneas, vivieron una época de esplendor permitiendo el desarrollo de una gran cantidad de ilustradores e historietistas. Todo respondía a las necesidades de los chilenos de antaño. “En Chile existía una tradición letrada, y sobre todo a partir de los años 30, con el surgimiento y consolidación de la clase media,  la educación, la lectura y cultura en general se transforman en símbolos de progreso y desarrollo colectivo e individual”, dice Claudio Aguilera, uno de los gestores de PLOP! Galería.

Un panorama que cambió drásticamente durante la dictadura, cuando libertad de expresión y el acceso a la cultura fueron sometidos a fuertes restricciones. “Leer, escribir, publicar o estudiar dejó de ser bien visto. La sociedad  se volcó al libre mercado y la cultura no sólo era considerada potencialmente subversiva, también dejó de ser relevante o prioritaria para las políticas pública y quedó fuera de la lógica de mercado”, agrega Aguilera.

En el caso de las revistas infantiles, a esto se sumó la masificación de la televisión y la arremetida de las ediciones extranjeras, lo que obligó a muchas publicaciones a cerrar y a que sus artistas se vieran obligados a recurrir a los periódicos u otras labores para sobrevivir.

“Antes de los años setenta, muchos ilustradores vivían de sus obras. Hoy poco a poco, los creadores nacionales están recuperando su espacio. Es por eso que nos interesa, junto con difundir el trabajo de los ilustradores dentro de Chile, generar relaciones con artistas extranjeros y llevar fuera de nuestra fronteras el talento nacional”, señala.

En ese sentido, una de las finalidades de PLOP! es consolidar una red latinoamericana en torno a la ilustración para lo cual ya mantienen contacto con México, Colombia, Ecuador, Argentina y Brasil. Además, gracias a un Fondo del Libro están preparando el primer catálogo de ilustración chilena, una obra que reunirá a 60 artistas nacionales y se distribuirá en los principales espacios de la ilustración mundial.

Mientras los proyectos internacionales se desarrollan, siguen consolidando un mercado interno para la ilustración y la historieta. “Tenemos dos segmentos de público: uno compuesto por jóvenes y estudiantes, que vienen a nuestros lanzamientos o exposiciones, y optan por llevar libros u objetos ilustrados, y otro público, con un poco mayor poder adquisitivo, que tiene interés por coleccionar de forma seria e informada ilustración e historieta chilena. Algo que no sucedía hace un par de años” comenta Isabel Molina.

Isabel Molina y Claudio Aguilera
Isabel Molina y Claudio Aguilera

Para Claudio Aguilera hay otro aspecto relevante: la capacidad de la ilustración y la historieta de desarrollar una mirada atenta y crítica.  “Es necesario enseñar y aprender a leer imágenes. La ilustración, como cualquier otra rama de las artes visuales, tiene un lenguaje y signos que uno tiene que aprender a codificar. Sería muy útil entregar una educación visual, porque así uno podría ver los noticiarios, las fotos en el diario o una publicidad, y saber qué significa una imagen en un  contexto determinado, cuál es el mensaje y la opinión que está transmitiendo. Me parece un paso esencial para ser ciudadanos críticos y ahí el libro ilustrado y la novela gráfica pueden ser un gran aporte”.

Disciplinas con una creciente presencia tanto en el mundo editorial, como en los medios de comunicación, investigaciones académicas, bibliotecas y colegios. La ilustración y la historieta están siendo reconocidas también como potentes herramientas de promoción del libro y la lectura. “Así lo ha comprendido también el Ministerio de Educación, que ha incrementados sus compras de libros ilustrados  y apostado por publicaciones que conjugan textos clásicos y poesía con propuestas gráficas, ayudando al desarrollo de la ilustración y proponiendo un concepción más amplia del libro”, puntualiza uno de los dueños.

Por lo pronto, podemos contarles que Leamos Más se adscribe a esta postura, la misma que nos invita a leer no sólo textos lineales o hipertexto, sino que también imágenes e ilustraciones . ¡Es que vivimos rodeados de ellas!   tanto que casi no nos damos cuenta que necesitamos afinar nuestras habilidades para entenderlas a cabalidad. Lo mismo  pasa con la música: es un gusto adquirido, que se disfruta en cómodas medidas.

Y de esta conciencia y valoración por la ilustración es que nace un nuevo vínculo con PLOP! Galería, dando pie a actividades, proyectos e iniciativas coordinadas con otras bibliotecas con el fin de reforzar la lectura y la ilustración en todos sus colores, formas e interpretaciones.

Te invitamos a visitar Plop Galería, ¡acá van los datos!

Dirección: Merced 349. Local 7. Barrio Lastarria (Metro Bellas Artes o Metro Católica)

Teléfono: (56-2) 6332902

Mail: [email protected]

Horario: Martes a domingo de 12.00 a 21.00 hrs. (15.30 a 16.30 hrs. cerrado)

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